Quiero resaltar que la totalidad del material aquí presentado fue facilitado por su hija, la psicóloga Rosa Di Domenico, Coordinadora Docente de la Escuela de Psicología de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad Central de Venezuela.
La sola presencia de su hija en ese importante cargo, puede traducir con creces cómo un inmigrante proveniente de lejanas latitudes y de muy diferente historia, con una tenacidad y un esfuerzo incansable , con aquella enorme abnegación como la que poseía Andrea, y que constatamos los que tuvimos la suerte de haberlo conocido de cerca, contribuyó a forjar los cimientos de una familia que daría extraordinaria contribución a esta bella nación de brazos abiertos.
Además de la magnífica narración que su hija realiza, la pequeña muestra de sus labores en el Centro Médico de Caracas habla de su enorme capacidad de trabajo, su extraordinaria facilidad de adaptación y una privilegiada mente funcional que adaptaba cada obra, no solo a su necesidad estricta de lo que se requería, sino, como es observable, agregaba a cada obra un valor estético que fácilmente traduce la enorme sensibilidad de su alma, como muchos mediterráneos que legaron a la humanidad extraordinarias obras del arte, música, escultura, pinturas y otras; y sin lugar a dudas Andrea era depositario en su mente de esa cultura.
La relación humana con los compañeros de trabajo y todos los que lo rodearon se pueden fácilmente destacar con estas fotos históricas que por si solas dicen mucho de sus actuaciones y méritos.
He aquí la descripción de la hija de Andrea:
“Andrea Di Domenico, mí papá, nació el 2 de marzo de 1925 en un pueblo rural, para aquel entonces, llamado Nafa, en la Provincia de Nápoles, Italia. Su familia era numerosa, v pasó por épocas de muchas privaciones, tuvo que abandonar los estudios para poder trabajar, debido a las guerras y post guerras que tuvo que vivir. Como muchos italianos y europeos de la época, emigró a Venezuela en barco, con muchos sueños y una maletica de madera, que él mismo hizo, en la que guardó las pocas pertenencias que tenía. Había aprendido el oficio de carpintero de su papá y su abuelo a edad muy temprana y fue a lo que siempre se dedicó. Sus inicios en Venezuela, en 1950, no fueron fáciles, siempre contaba que recorría a pie Caracas para no gastar la locha en el pasaje del autobús y poder comer. Sin conocer el idioma y en un país muy diferente al pueblo donde nació, se fue adaptando y trabajando hasta tener su propia carpintería en la esquina El Conde. Allí, un día del año 1952, se le acercó el Señor Mora, quien se presentó como gerente de una clínica con pocos años de fundada: el Centro Médico de Caracas, para preguntarle si podía hacer unos trabajos para la misma. Desde ese momento comenzó a desempeñarse como carpintero de la institución, conociendo a los fundadores, por quienes guardaba un gran afecto. En ese entonces el Centro Médico estaba compuesto únicamente por el Edificio Principal y en él trabajaban las monjitas que tanto llegaron a querer a mi padre. No obstante, y a pesar de tener trabajo seguro, papá hizo varios intentos, de muy poca duración, por regresar y quedarse en Italia; uno de ellos, durante la caída de Pérez Jiménez, pero la situación económica por la que su país natal atravesaba le impidió quedarse. Todavía recuerdo cuando en uno de esos intentos, un día en nuestra casa de Nola, le llegó una carta del Sr. Mora pidiéndole que regresara al Centro Médico donde tenían trabajo para él. Desde entonces se estabilizó en Venezuela y solo regresaría a Italia mucho tiempo después, pero todos los años, para visitar a sus hermanos y ver la Fiesta de san Paolino, Patrono de Nola. ¿Cuántos trabajos hizo Andrea en el Centro Médico, acudiendo puntualmente, de lunes a domingo, a su carpintería ubicada primero en el Edificio Principal y luego en el Anexo A? Perderíamos la cuenta. Para mencionar algunos, están los puestos de enfermería, la capilla, la barbería, el quiosco de revistas y la recepción en el Edf. Principal, la biblioteca, además de forrar las paredes de las salas de Rayos X, de los ascensores, etc… inclusive, integró el equipo, junto con el Dr. Ochoa, ya fallecido, que diseñó un interesante aparato de liposucción, pionero en su género. ¿Cuántos trabajos hizo Andrea en los consultorios de los especialistas del Centro Médico y en sus casas, muchos de quienes le entregaban las llaves de las mismas con entera confianza? Desde bibliotecas y cocinas empotradas hasta arreglos de cerraduras y puertas. ¿A cuántas personas ayudó para que las atendieran en el Centro Médico, cobrándoles honorarios solidarios y muchas veces gratuitamente? Yo recuerdo a muchas. Andrea era realmente un hombre que no se cansaba, que nunca se quejaba, ni se enfermaba, inteligente y tenaz, de muy buenos sentimientos, solidario y honesto, un lector ávido y quien nos enseñó a sus hijos el valor del trabajo, el estudio, el esfuerzo y la perseverancia.
Además de los muchos diplomas y placas que recibió en el Centro Médico, institución que le entregó su llave maestra de plata, y de la que fue un orgulloso accionista, fue nombrado por el Estado Italiano como Partisano de la República por su lucha en la resistencia contra los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, y postulado por el mismo Centro Médico, recibió en 1990 la Orden Mérito al Trabajo en su Primera Clase que otorga el Estado Venezolano. Andrea admiraba de manera muy especial a la profesión médica por considerarla abnegada: “un médico debe estudiar toda su vida”, siempre comentaba. Conoció a muchas eminencias para quienes tenía las mejores palabras y el mayor respeto, como los doctores Ricardo Baquero González, Joel Valencia Parpacén, Pedro Gutiérrez, Abraham Krivoy, Luis Alberto Velutini, José Ochoa, Félix Lairet y Armando Márquez Reverón, entre otros. En uno de sus muchos viajes a Italia, un 19 de mayo de 2003, Andrea falleció. Reposa en el Cementerio del Este. Amaba a Venezuela y siempre habló muy bien de este país, decía que era la Tierra que le había dado todo lo que siempre soñó, en la que crió a sus hijos con esmero y dedicación y en la que vivió muchos más años que en su país natal.”
A continuación exhibimos algunas obras donde se destaca funcionalidad y estética que siempre caracterizó a este peculiar personaje que, buscando lugares mejores por las condiciones precarias de su país de origen, devastados por una guerra mundial, tuvimos la suerte que aterrizara en Venezuela y entregara su vida al Centro Médico de Caracas, donde desarrolló lo mejor de su ser por el bien de los enfermos y trabajadores de este Centro.
Dios lo tenga en su santa gloria.
Esta elocuente biografía demuestra cómo un bello país, como Venezuela, bajo el postulado de Vargas, donde el mundo es de los justos y de los honrados y no de los valientes, mantuvo sus brazos abiertos a todos los extranjeros, y que les permitía desarrollar su potencial en esta atmósfera de aceptación, familiaridad y respeto.
¡Qué gran persona es el venezolano, genuino y tradicional!