Presidente de la C.A Centro Médico de Caracas
Muchas son las cosas que caracterizan a un momento de la historia; entre las más relevantes están las expresiones espirituales: las artes plásticas, la música, la producción literaria y la actitud de las personas. La época en que vivimos, que indiscutiblemente es transicional, porque este “cambalache” tiene que cambiar, evidencia un golpe tremendo a la cultura occidental, judeo-cristiana que de los montes Urales hacia acá nos identifica, y tal traumatismo nos induce a una reflexión que sin rodeos termina en reconocer que el grueso de la humanidad sucumbió al medio, siendo consecuencia, siendo llevada y no llevando.
Todo comienza en la propia concepción del hombre y su indiferencia ante el sentido de su presencia y acción. Cuando las respuestas materiales son insuficientes para satisfacer la avidez de explicaciones objetivas que brinden la seguridad de la existencia, el hombre recurre a la valoración de la praxis y desemboca en el empirismo; a partir de la observación elabora hipótesis y se inventa formas probatorias de la certeza o falsedad de las mismas y de ahí surge una realidad objetiva, pero incompleta. Esta realidad empírica no es capaz de aclararle el qué hace aquí y esa deficiencia lo empuja a salir de la cueva…
Con esta pincelada platónica, no quiero decir que el mundo real, tangible y objetivo sea el proyectado, porque no fue ese el planteamiento original. Sin embargo, con ella trato de sugerir que el rechazo e incredulidad ante la versión del que vio más allá de las paredes de la cueva de donde salió, es el denominador común entre quienes se encuentran en su zona de confort y prefieren permanecer ahí, a correr los riesgos de enfrentar una novedad que está envuelta en incertidumbre, pero quizás repleta de bondades.
Cuando el hombre primitivo aceptó los fenómenos naturales como deidades dio muestras de su humildad natural. Mas no reconoció en esos fenómenos ni en los astros endiosados, su razón de ser, y desde la prehistoria hasta el judeo-cristianismo la relación con el mundo metafísico, como se puede desprender de las explicaciones de Cicerón, fueron eminentemente transaccionales y ritualistas; un “yo cumplo el precepto, para que me des lo que aspiro… ¡ah! Y lo cumplo a cabalidad, de modo que lo merezco”. Sin embargo, a pesar de la aceptación de un más allá, este no está ni relacionado con el origen ni este es el destino.
Visto así podemos encontrar las razones de las distintas valoraciones de la vida: para unos la vida es todo, para los más es un Don, para otros es relativa y susceptible de instrumentalización y para los menos es un bien transable. De este modo es posible entender que para un ateniense, la polis era la que otorgaba a la persona los derechos, que realmente le eran y son inherentes al hombre (vida, propiedad y libertad); que siglos más tarde era Roma quien hacía a la persona. Si esto fue así, como muestra la historia; que una creación humana como la sociedad, creada para el beneficio de las personas, quienes sacrificaron parte de su libertad natural para el logro de bienes parciales que nunca hubieran alcanzado individualmente, se convierta en ama y señora de sus creadores, y como tal, decida sobre ellas, son factibles las versiones del infanticidio espartano en el monte Taigeto, del romano a manos de los pater familiæ o la eventual maledicencia sobre el gobierno maoísta de la eliminación de las hembritas recién nacidas. Si la sociedad es más que la persona cualquiera que logre su control en pro de un bien común puede convertirla en un verdugo de sí misma, al promover, aceptar o imponer la eliminación de sus miembros.
Como decía al principio: muchas cosas caracterizan un momento en la historia, entre las más relevantes están las expresiones espirituales… el momento actual golpea a nuestra cultura judeo-cristiana occidental tergiversando los derechos inherentes al hombre, y regresivamente atentando contra la vida de los más indefensos alegando una libertad esclavizada.
Los médicos tenemos una responsabilidad: dejar nuestras zonas de confort, dejar de aceptar las imágenes proyectadas en las paredes de la cueva, tomar el riesgo de salir, ver y convencer a los que permanecen encuevados, de la verdad que vemos. Los médicos estamos llamados a defender unos derechos que los estados no otorgan, unos derechos que nos hacen superiores a las sociedades, una razón de ser que trasciende las incompletas realidades tangibles y objetivas, porque los hombres somos más que la praxis.
Los médicos estamos voluntariamente comprometidos con la humanidad y si esta pandemia nos agobia y atemoriza, el genocidio que sociedades y gobiernos, instituciones supranacionales y un inmenso número de personas, cometen, promueven e imponen, debería aterrarnos y llamarnos a la acción.
La razón del hombre estar aquí tiene una explicación absolutamente satisfactoria, superior a todo esfuerzo empírico, una razón que es infinitamente buena, justa y misericordiosa.